Y es que te da un cúmulo de buenrollismos, lo que te ríes planeando el viaje con tus compis, el subidote que da cuando recibes el mail confirmación de la compra del billete (otra cosa es cuando recibes el extracto del banco), las películas que me puedo montar de lo que me va a pasar durante el viaje (en mi caso muchas, como soñadora incansable que soy), el hacer la maleta (sobre todo cuando te vas en invierno al hemisferio sur y tienes que sacar la ropa de verano, mmmmmm).
El nervio al llegar al aeropuerto (que yo creo, que es al único sitio del mundo al que siempre suelo llegar puntual), la despistada llegada al otro aeropuerto, ¿Conseguiré hacerme entender?, la lotería de las maletas (¿habrán venido conmigo?)...
y una vez que sales del aeropuerto, puede pasar cualquier cosa...
En mis viajes me ha pasado de todo, desde preguntarme una azafata que si estaba preñada (lo que hizo que zampase más que en mi vida en aquel viaje), dormir en un sitio (que nos había recomendado alguna h. de su madre) en el que a parte de haber un habitante negro y enorme no deseado (con el cual aún tengo pesadillas), me estuvo picando todo durante un par de semanas a mi vuelta, también en otro en el que el cuarto de baño de Trainspotting estaba impoluto en comparación, acabar liándola parda en un sitio cuya descripción de los lugareños era muito tranquilo, muita segurança, he llegado a ligotear con un pastor en un tren (de su profesión me enteré después, un trauma), debido a una garrapata viajera he llegado a perder los papeles (lo consiguió dos veces)...
Y es que no se que me dan los sitios nuevos, que siempre consiguen que acabe sorprendiéndome a misma haciendo cosas que jamás haría en Casa...
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